La autoestima es como el suelo fértil donde crecen las raíces de la confianza, la motivación y la capacidad de afrontar los retos de la vida. Reflexionemos cómo fortalecer la autoestima infantil y adolescente en casa y en el proceso terapéutico. Cuando un niño o adolescente se percibe a sí mismo como valioso, capaz y digno de cariño, se atreve a explorar, aprender, equivocarse y volver a intentarlo. Por el contrario, una autoestima frágil es como caminar sobre hielo delgado: cualquier tropiezo puede hacer que el miedo o la frustración lo paralicen.
¿Por qué es importante la autoestima en el desarrollo?
La autoestima es el conocimiento y valoración que una persona tiene de sí misma.
En la infancia y adolescencia, este autoconcepto se va formando a partir de la mirada que reciben de los adultos, las experiencias cotidianas y las propias interpretaciones de sus logros y dificultades que no pueden superar.
Un niño con buena autoestima se atreve a probar cosas nuevas, acepta sus errores y aprende de ellos, se relaciona mejor con su entorno y se siente competente para alcanzar metas.
En cambio, la baja autoestima puede llevar al retraimiento, la ansiedad, la frustración y la falta de motivación para aprender o relacionarse.
Imagina a un adolescente que, tras un fracaso escolar, piensa: “No sirvo para nada”. Si nadie le ayuda a reinterpretar esa vivencia, ese pensamiento puede convertirse en una etiqueta que limite su desarrollo.
Pero si cuenta con adultos que le apoyan y le muestran que equivocarse es parte del aprendizaje, podrá reconstruir su autopercepción y seguir avanzando.
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Estrategias terapéuticas para fortalecer la autoestima
En el ámbito terapéutico, los profesionales de la psicología, la logopedia o la pedagogía empleamos diversas estrategias y herramientas terapéuticas para ayudar a niños y adolescentes a construir una autoestima sólida.
Una de las más efectivas es la terapia cognitivo-conductual, que enseña a identificar y cambiar los pensamientos negativos sobre uno mismo por otros más realistas y amables.
Por ejemplo, si un niño suele decirse “soy tonto”, el terapeuta le ayuda a buscar pruebas de sus capacidades y a reformular ese pensamiento: “A veces me equivoco, pero también tengo habilidades”.
El entrenamiento en habilidades sociales es otra pieza clave. Aprender a expresar emociones, pedir ayuda, decir “no” o resolver conflictos mejora la percepción de competencia y facilita la integración en el grupo de iguales.
Además, la autoexpresión creativa ─a través del arte, la música o la escritura─ permite canalizar emociones y descubrir talentos, reforzando la imagen positiva de uno mismo.
El mindfulness o atención plena también se utiliza en la terapia para que los jóvenes aprendan a observar en profundidad a sus propios pensamientos y emociones sin juzgarse, reduciendo la autocrítica y cultivando la autoaceptación.
El papel de la familia y el entorno educativo
La familia es el primer espejo donde los niños se miran. Los padres y madres que cuidan su propia autoestima, expresan cariño incondicional y establecen límites claros y coherentes, transmiten seguridad y confianza. Es fundamental evitar las comparaciones y las etiquetas, tanto positivas (“eres el más listo”) como negativas (“eres un desastre”), porque pueden encasillar al niño y dificultar que desarrolle su verdadera identidad.
Corregir los errores desde el cariño, valorar el esfuerzo más que el resultado y permitir que los hijos asuman pequeñas responsabilidades son prácticas que refuerzan la autonomía y la percepción de valía personal.
Dedicar tiempo de calidad, escuchar activamente y validar las emociones -por ejemplo, diciendo “entiendo que estés triste, ¿quieres hablar de ello?”– ayuda a que los niños se sientan comprendidos y aceptados tal como son.
En la escuela, los educadores pueden contribuir fomentando un clima de respeto, reconociendo los logros individuales y enseñando a los estudiantes a manejar la frustración y el error como oportunidades de aprendizaje.
Ejemplos cotidianos y analogías
Fortalecer la autoestima es como ayudar a un niño a aprender a montar en bicicleta. Al principio, necesita apoyo, ánimo y protección frente a las caídas. Poco a poco, va ganando seguridad y, aunque tropiece, sabe que puede volver a intentarlo.
Si los adultos solo se fijan en las caídas y no celebran los avances, el niño dejará de pedalear. Pero si cada pequeño logro es reconocido y los errores se ven como parte del proceso, el niño se sentirá capaz de seguir adelante.
Un recurso útil es el “diario de logros”, donde el niño o adolescente anota cada día algo que ha hecho bien, por pequeño que sea. Esta práctica ayuda a enfocar la atención en los aspectos positivos y a construir una imagen más equilibrada de sí mismo.
Fuentes científicas recomendadas
- Autoestima y Resiliencia en Niños y Adolescentes (©2023)
- Estrategias afectivas para fomentar la autoestima en niños en edad preescolar: una revisión sistemática (©2023)
- Factores personales, familiares y académicos en niños y adolescentes con baja autoestima (©2006)